Después de una noche
nefasta, el amanecer se asomaba tan caliente como las bragas de una
vieja stripper. El local no estaba demasiado lejos de mi casa. Decidí
irme de allí cuando rodeado de tanta gente y solo, no tenía ya
ninguna botella con quien hablar. No me interesaba nada más que
sentarme en ese sofá rojo y contar estrellas bajo la lupa de una
botella de whisky. Ellos ya tenían lo que querían, mujeres que
parecían putas en mitad de una pista de baile. Rozar el paquete con
esa horrible música, y quizás, si tendrían suerte, meter triples
en la parte trasera de sus coches. Así eran sus vidas, buscar
chochetes aún más usados que el de sus chicas.
Sin despedirme de nadie,
crucé el puente dirección a mi asquerosa y humilde casa. La gente
empezaba a levantarse, unos a desayunar, otros a trabajar, y otros
como yo, en busca de la última copa. No me llevó ni quince minutos
caminando, cuando encontré un bar, recién abierto, con poca gente y
pequeños veladores con mesas grasientas y llenas de mierda. Me senté
al lado de un hombre raro, su cara era bastante fea, arrugada y
oscura. Me miraba sin pestañear, con la cabeza firme, serio. Sabía
que esos ojos habían visto muchas cosas, sus pupilas lo decían y la
poca blancura de su alrededor gritaban a tientas no beber más
alcohol.
-Compañero -me dijo- si
me invitas a una copa, te cuento los secretos de la vida.
-Usted habrá vivido
mucho para saber sus secretos-le dije mientras me acomodaba a su lado
y pedía dos copas-whisky, ¿verdad?
-Tú mandas, chaval.
Tengo 65 años y aún se me levanta. Resisto todo lo que me echen.
-¿A qué se ha dedicado
usted?
-Fui director de una
revista literaria un poco particular. Duró bastante tiempo, pero
quebró. Mi mujer se acostó con el poeta más importante de la
revista. El hijo de puta publicaba relatos de cómo se la follaba, y
créeme, si todo lo que leí era cierto, fue un chico muy
afortunado.- Cogió la copa y brindó con el aire. En menos de un
minuto sabía que ese feo borracho tenía muchas cosas que contar.
Brindé con él.
-¿Cómo se llamaba la
revista? -dije yo- He intentado por todos los medios publicar algo y
nunca he tenido suerte.
-La revista… -dijo él-
Se llamaba El Pene Literario y ya puedes hacerte una idea que
contenido tenía. Por motivos políticos no pudimos publicar nada
aquí, lo cual nos llevó a Estados Unidos donde crecimos y conocimos
a grandes escritores. Fue la época de esplendor para aquellos poetas
que no se mordían la lengua y decían las cosas como se tenían que
decir. Lo demás me parecía pura mentira. ¿Qué escribes, chaval?
-Un poco de todo…-me
escondía detrás del vaso de alcohol, siempre me daba vergüenza
hablar de mí mismo, y mucho más de lo que escribía- Empecé a
escribir poesía, pero un día quemé todo lo que había hecho. Me
avergonzaba sangrar tanta porquería. No me sentía identificado,
copiaba estilos de otros poetas y la dejé de lado, la abandoné
desnuda y traviesa. Creo que aún me espera, tumbada en la cama con
las piernas abiertas…
-Sigues enamorada de
ella, pero no sabes que contarle-Alzó la mano, pidió dos copas más.
-Mi cabeza me pedía
otras cosas…relatos, cuentos, novela. Dejé palabras simplonas y
estúpidas por algo más serio.
-¿Por algo más serio?
¿Tu poesía daba risa?-Reía, cada vez más fuerte con cada gran
sorbo que daba, enseñando su boca negra, sus dientes negros y
amarillos, si lograbas ver alguno- Las personas cambian, chaval. Yo
nunca escribí, no tengo ni tenía paciencia; pero eso no quería
decir que no reconociera un buen texto. Los escritores siempre tienen
algo que decir, teniendo o no teniendo un motivo. Pero, ¿sabes por
qué escriben? Porque viven más de lo que dicen.
Se bebió lo mucho que le
quedaba de la copa, y sin decir nada, se levantó mirándome,
riéndose como un niño que esconde un secreto.
-Vámonos, chaval. Ven
conmigo, te voy a enseñar uno de esos motivos…
02/08/17
Diario de un poeta en paro
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