No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón. Jaime Sabines

viernes, 28 de julio de 2017

Para engañar a mi Soledad

Para engañar a mi Soledad,
me pruebo sus negros zapatos,
taconeo un poco por toda la casa
con pequeños pero fuertes pasos.

Escondo todos los espejos.

Cierro todas las puertas.

No quisiera verme disfrazado
como un ciego que anda a tientas.

Para engañar a mi Soledad,
me pinto los ojos y los labios.
Tal y como hace ella.

Despacio.

Me acerco al espejo
y repito con minuciosa delicadeza
los automáticos procesos
en su sexo horizontal y lunas de plata.

Obviamente,
El resultado final no es el mismo.
No es lo mismo.

Mi bigote esconde las ganas de besar
y mis pestañas fingen arañar
el viento puro de sus entrañas.

Luego,
cuando me voy quitando poco a poco
el resto de tinte corrida.
Me siento como una puta llorona.

Tan difícil eliminar el daño
como difícil quitar los restos de pintura.
Tan amarga la oscura sombra
y tan desdicha el humilde desamparo.

Es tan sencillo, tenéis que probarlo,

si sufrís, claro está, de Soledad y abandono.

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