Parece mentira y es verdad,
y sin ser cierto, acertamos y creemos,
en sueños lo vemos y sin cesar
alzamos, corazón, el mismo vuelo.
Parece verdad y no es mentira,
y sin acertar y creer, lo cierto es
que el sueño viene y va, yace cumplida
al mismo corazón, llena de fe.
No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón. Jaime Sabines
pregunten hacia dónde va mi corazón. Jaime Sabines
jueves, 20 de marzo de 2014
miércoles, 12 de junio de 2013
Inventemos un juego
Inventemos un juego.
Y no de esos tramposos
y oscuros,
Ni aquellos que para vencer dejamos de respirar
O de reír,
De libres vencedores y derrotados derretidos.
Dejemos los blancos pañuelos,
Dejemos el agua salada y el encubrimiento
Que cubre el escondite de la pena.
Porque aquí se esconde la pena
Y se bebe la amargura de las lágrimas.
Por eso, por mí y por ti, yo pienso jugar a un juego.
Que mejor juego que reír y enseñar al mundo tu boca.
A uno de esos de vivir, donde el único premio sean
caricias y besos,
Y donde la única derrota sea, riendo, riendo y riendo,
Nuestra muerte burlona y triste al acecho.
jueves, 21 de marzo de 2013
Somos iguales.
Mientras nos besábamos, escuchaba aquellas pequeñas gotas
que caían sobre nosotros. Sabía que llovía, pero aquel beso me trasladó a otro
mundo, con otras personas, otra tierra y otro cielo. Nunca aprendí el juego que
jugaban nuestras lenguas, lo admito, pero desde entonces nunca pude parar de
jugar. La gente nos miraba sorprendida; algunas se reían como si viesen a dos
perros copular, otras cuyas miradas me traspasaban hasta lo más íntimo de mi
ser, capaz de herir el rincón de la culpabilidad y la luz de mi inocencia. ¿Qué
sabrán ellos del amor?¿que sabrán ellos de la libertad?
Era temprano aquella tarde pero la tormenta deshizo el
nudo del atardecer en una fina cuerda de sombras. Cuando separé mi boca de la
suya, sus ojos rasgados me mostraron las curvas del deseo. Nos estamos mojando,
le dije. Y sin decir nada, me agarró de la mano y corrimos bajo la lluvia.
Reía, y yo también lo hacía aunque no supiera porqué. Quizás por el beso, o
quizás por los nervios (cuán traicioneros eran). Ni tres minutos tardamos para llegar a
nuestro pequeño escondite en un pequeño portal. Nos escondimos de la lluvia, o
nos escondimos de nosotros mismos. Y fue entonces cuando me di cuenta de la
importancia de la lluvia que teníamos sobre nuestras cabezas. La humedad de mi
pelo resbaló en mi espalda. Sentí cómo mis pezones se levantaban, renacían de
la nada como dos torres. Supe que recobraron aquella vida que esperaba, no
sólo por el frío, algo que más tarde tendría mucho más sentido en mi cabeza. Sacó
del bolsillo unas llaves y abrió la puerta de golpe. Ven, sube, aquí estaremos
mejor, me dijo. Sin dudar, me dispuse a seguir sus pasos como tal perra en celo
fuera. El portal tenía unas pequeñas escaleras que llevaban a un gran espejo
demostrando con valentía y sin pudor todo lo que se veía. Me sorprendí al
observarme morder su oreja, meter mi mano debajo de su pantalón. No tendré
problemas con ese cinturón, pensé. Subió las escaleras y desapareció en la
oscuridad; mientras que yo subía despacio oliendo su olor impregnado en mi
mano. Era algo distinto, un sudor y humedad propia y diferente. Sonreía. Aquello
me gustaba.
¿A dónde me
llevas? Pregunté. Sus ojos se clavaron en mi e inclinó la cabeza hacia delante,
hacia aquel pasillo que debíamos seguir; un camino inesperado guiado por el
dulce sabor y palpitante incertidumbre, de las sombras, del deseo, del amor y
del sexo. Me quedé paralizada al escuchar cómo crujía la cerradura de la
puerta. El golpe susurraba en todo el bloque. El sonido se trasladó por mi
espalda, mi cuerpo se estremeció con el viento que besaba mi cara al abrir la
puerta. Cogió mi mano suavemente. No te preocupes, me dijo, no vamos a hacer
nada que no quieras hacer tu. La casa estaba oscura. Nos dirigimos directamente
a su cuarto. Dejó la puerta entre abierta, algo que me tranquilizó bastante
pero que no duraría mucho. Escondió unos vaqueros que tenía sobre la silla y la
acercó hacia la estufa. Aquella persona quedó inmóvil delante de mí. Mirándome.
Observando a aquella mujercita inocente dispuesta al amor. Mira si quieres, me
dijo. Retumbaron en mi cabeza aquellas palabras como pasos en la niebla. Mi corazón
se deshizo a un lado para dar paso a la imaginación, al mordisco del estómago y
a la humedad de mi sexo. No me di cuenta de que empezaba a gemir cuando empezó
a despojarse de su ropa mojada. Lentamente descubrí el secreto que escondía su
cuerpo, de la misma manera que aquella persona descubría mis secretos; a la luz
del calor, también observaba mi cuerpo desnudo. ¿Pero que hacía desnuda? Me pregunté
mil veces.
Como si buscara el deseo me arrastré hacia sus manos, sintiéndome
mujer, amante y deseada. Me arrastró hacia la cama. Túmbate, me dijo. Se sentó
al borde para encontrar lo que yo mas anhelaba en ese preciso momento. Sus manos
arrastraban la caricia y el gemido, y su lengua llevaba consigo aquella humedad
que no necesitaba. Cerré mucho mis piernas apretando su cabeza cada vez más
fuerte. Quería que terminase allí. Hazlo, y seré la mujer mas feliz del mundo,
susurraba entre dientes. Sabía que tenía que hacer y eso me gustaba. No quería
otra cosa que sólo apretar su cabeza, indicándole con mis manos, que agarraban
fuertemente su pelo, que siguiera más rápido hasta hacerme correr. Como sigas
así…
-¿Te gusta así?
-Me…
Y fue entonces cuando lo noté. La explosión de mi sexo
hizo abrir todos los poros de mi piel. Mis piernas, mi cabeza, todo mi cuerpo
se estremeció. Temblé y no quería dejar de temblar. Mi vientre se movía por
espasmos. Mi boca se abrió completamente para expulsar ese placer. No me di
cuenta si gemía o gritaba. Quería hacerlo, necesitaba transmitirle aquella
presión que fue capaz de generar en mí, una presión que no desaparecía. Aquí me
muerto yo, pensé. Hasta que al fin, el fuego que hizo arder mi sexo de deshizo,
sintiéndome por momentos débil, frágil
en aquella cama, tumbada y desnuda. Poco a poco mi cuerpo se compuso de
nuevo. Se tumbó a mi lado y besé sus
labios. Se sentía feliz por haber hecho bien su trabajo. Lo notaba en su
mirada.
-¿Te ha gustado? Me preguntó.
-Si. Le dije. Sonrojada, besé otra vez sus labios, como
si nunca hubiera estado desnuda ante ninguna persona. Si, si, me ha encantado. Abracé
todo su cuerpo con fuerza hasta dejarla sin aliento. Apoyé mi cabeza apenas
asomándose en sus grandes pechos, para acariciar con mis pocas uñas su pequeño
vientre. Sabía que mi mano iría por camino recto. Y mientras mis dedos jugueteaban
por su pelvis, sus piernas se abrían, indicándome como yo hice minutos antes,
la trayectoria segura que debía recorrer. Y mientras mis dedos, ya húmedos,
entraban y salían, ella sonreía. Me besaba. Ella estaba en otro mundo, con
otras personas, otra tierra y otro cielo. Y aunque nunca aprendiera el juego
que jugaban nuestras lenguas, desde entonces, sólo desde aquel día, nunca pude
parar de jugar, ni nunca pude separarme de ella.
miércoles, 18 de julio de 2012
Desgraciadamente
Que extraño se me hace
El despertar solitario.
El recuerdo de noches hambrientas
De tu carne.
El no beber de tu leche
La libertad de amarte.
Que raro se me hace.
Diría yo que son demasiadas
Las noches que columpio
En la almohada la amarga
Necesidad de verte.
Laguna de tu seno,
Veneno de mi espalda.
Se me hace extraño
Despertar, desgraciadamente
Amor, a solas.
No sé si podré soportar
Sin soportarte.
Yo no sé si mi aliento
Puede.
Quizás,
O quizás no;
El oxigeno gastado
De vivir fuera.
El no tragar la leche
Entre tus dos lunas.
Desgraciadamente amor.
Desgraciadamente...
sábado, 30 de junio de 2012
Todo comienzo tiene su fin.
Todo comienzo tiene su fin. Lo que comienza, bien acaba y
algún día tenía que ser, y llegar, besar mis pies o yo besarles los suyos. Pero
si, ayer vino ese tan deseoso día de nuestra graduación. Cinco años largos y de
eterna espera. Cinco añitos, que se dicen rápido, para estar entre corbatas,
tacones, sudores y diploma. Pero, “¿para eso espero yo tanto?”, anoche me decía
entre dientes, o entre sueños, o entre desilusiones. Detengo segundos a
observar ese dichoso plástico, pequeño y poco grueso diploma. No me inspira
nada. De hecho, ni siquiera debería tenerlo entre mis manos; no me corresponde
aún. No es mío aún. Llévatelo. Solo representa el largo y fatídico trabajo de
no trabajar o estudiar en lo que verdaderamente importa, la vida. Y lo que
verdaderamente me levanta del día a día, que hace ya cinco años aprendí, se
resume en tres palabras: comparación, horizonte y expectativas. Porque la vida,
como ya me enseñaron en estos maravillosos años, puede ser literatura; o mejor
dicho, la literatura puede ser vida. La literatura podrá ser bella, curiosa,
desagradable o que incluso enganche; una especie de droga para algunos
literatos. Pero siempre, esta majestuosa palabrita, será comparación, horizonte
y expectativa. Porque y al parecer, si comienzo a compararla con la vida, me
quedo sin horizonte, y mucho menos sin expectativas; como la vida misma. En
estos cinco años, por capítulos, a veces cortos, y otros demasiado largos, leímos
Las grandes aventuras de nuestras vidas;
cuyo autor nunca logro acordarme, pero solo hace falta un espejo para encontrarlo,
créeme. En este libro, encantador y adictivo con una gran elocuencia, se
encuentra la mentira de la vida, la fortuna de los suertudos o las desgracias
de los más desgraciados. Vaya, otra vez como
la vida misma: caprichosa. El protagonista, que puede ir en primera persona o
en tercera (como el autor desee), se revindica en un mundo mucho más falso que
la vida misma. Ya me dijeron que la Universidad era falsa. Y yo lo he comprobado; uy,
perdón, el protagonista lo ha comprobado. Básicamente aquí, como no seas del
taco, te toque la lotería o te jodas la espalda recogiendo cajas y cajas de
coca cola en esos lujosos locales de la ciudad del libro, para pagarse los
caprichitos propios de esta nuestra; perdón, de la Universidad del libro,
no eres nadie. Pero lo grandioso de esta
falsedad, es el final del libro. Termina con una gran charla, excesiva al
parecer del protagonista, de un personaje que en sus más de quinientas páginas,
ni una vez aparece; el llamado profesor de alemán. El profesor, angustiado por
la caldera que teníamos, perdón, tenían en el inservible patio por el calor, se
engalanaba de maravillosas flores filólogas, entre nombres raros de autores
alemanes y parlanchines que no dejaban de piar, terminó su discurso despertando
la amargura de los ya presentes filólogos: “para estudiar y para vivir, hay que
leer y hay que viajar”. Ole tus cojones, dijo algún chisposo alumno, también
entre dientes. En un principio nos dijeron; perdón, les dijeron que leer era el
viaje más gratuito que el ser humano podría realizar. Y ahora, al final,
resulta y parece ser que hace falta algo más: Viajar. Claro, monada, lleva
usted mucha razón. Viajar, y Dinero. Que no se le olvide usted.
Desde luego, la graduación que ayer leí en mi cuarto, me
pareció como si aún estuviera en esos pequeños aviones de esa grandísima compañía
Ryanair. Azafatas y azafates que ni siquiera te dejan echar una cabezadita,
vendiendo productos de mala calidad, rebajas de colonias, avioncitos, loterías
y vaya Dios a saber; vestidos de chaqueta y corbata, orgullosos e importantes
por ser importantes en esa y nuestra Universidad. El Decano terminó el discurso
poniendo la guinda al pastel “esto no es un final, es un comienzo. Tenéis las
puertas abiertas en esta vuestra Universidad. Tenéis grandes cursos para
vuestra aún más formación académica, con nuestros Masteres, nuestras becas de
investigación, etc”. Creo que se le olvidó acercarles el papelito con sus
firmas y cuentas corrientes. Bravo Decano. Bravo Universidad.
martes, 27 de marzo de 2012
Soneto
Cama. Cintura. Omertá. Sed y hambre.
Boca con boca. Cibo y herida.
Sexo con sexo. Gaviota y vita.
Notte. Ombligo. Orgasmo y sangre.
Manchas. Occhi. Hambre con te.
Espalda con pecho. Sonno di sueños.
Con pecho y espalda. Caricia. Dueño.
Isla. Letto. Mare. Corpo y mujer.
Diente por diente. Humedad y saliva.
Sotto. Lluvia. Orgullo. Contigo.
Pasta. Compagna. Soledad. Año.
Frente por frente. Da sera, y de día.
Supra. Meses. Sonido y gemido.
Silencio. Amore. Ahora. Te extraño.
martes, 6 de marzo de 2012
De ti
Queriendo y sin querer
Me he perdido y estoy perdiendo
De ti lo mejor de ti.
No he visto de ti tus primeros soles,
Ni de ti tus últimas lágrimas de lluvia,
Que en abril serán las primeras,
Como siempre.
No estoy viendo, ni admiro
Y solo recuerdo con congoja y nostalgia
Esa mi ciudad perdida,
Que existe
(Lo sé)
Pero ruiseñora, viva y alegre
En mis ojos.
Yo sé que estás ahí
(Lo sé)
Cuando amanece este sol
Que dicen que es como el tuyo,
Que se parece al tuyo,
Pero no es el tuyo.
Envidio tantas veces a este Sol.
Es la única que te puede ver,
Besarte como yo lo hacía.
Es la única quien te da esos buenos días
Mientras que a mi ya me da la buonasera.
Yo aquí estoy bien. No te preocupes por mí.
No me falta comida, ni amor ni sexo
(Lo necesario para un hombre, muchacha).
Tengo en mis manos algo que es tan mío como tuyo.
Solo con verla me recuerda de donde venimos.
Me recuerda a ti, muchacha.
Sus grandes ojos, su cabello negro y su acento
No pueden venir de otro sitio que de tus entrañas.
De todos modos, y como sabrás
(Que lo sabes)
Yo te necesito otra vez,
Una vez más perderme por tus calles.
Aunque sea por una semana.
Ya no me sirve imaginarte
Tan simplemente desnuda para mí,
Para mamar de tu pezón
Tu gracia, tu viveza y tu sonrisa.
Tan simplemente vestida para mí,
Para bailar contigo
En tu viveza, en tu sonrisa y en tu gracia.
Después de esto,
Ríete de mí, muchacha, si quieres;
Que yo me río contigo porque te quiero.
Me he perdido y estoy perdiendo
De ti lo mejor de ti.
No he visto de ti tus primeros soles,
Ni de ti tus últimas lágrimas de lluvia,
Que en abril serán las primeras,
Como siempre.
No estoy viendo, ni admiro
Y solo recuerdo con congoja y nostalgia
Esa mi ciudad perdida,
Que existe
(Lo sé)
Pero ruiseñora, viva y alegre
En mis ojos.
Yo sé que estás ahí
(Lo sé)
Cuando amanece este sol
Que dicen que es como el tuyo,
Que se parece al tuyo,
Pero no es el tuyo.
Envidio tantas veces a este Sol.
Es la única que te puede ver,
Besarte como yo lo hacía.
Es la única quien te da esos buenos días
Mientras que a mi ya me da la buonasera.
Yo aquí estoy bien. No te preocupes por mí.
No me falta comida, ni amor ni sexo
(Lo necesario para un hombre, muchacha).
Tengo en mis manos algo que es tan mío como tuyo.
Solo con verla me recuerda de donde venimos.
Me recuerda a ti, muchacha.
Sus grandes ojos, su cabello negro y su acento
No pueden venir de otro sitio que de tus entrañas.
De todos modos, y como sabrás
(Que lo sabes)
Yo te necesito otra vez,
Una vez más perderme por tus calles.
Aunque sea por una semana.
Ya no me sirve imaginarte
Tan simplemente desnuda para mí,
Para mamar de tu pezón
Tu gracia, tu viveza y tu sonrisa.
Tan simplemente vestida para mí,
Para bailar contigo
En tu viveza, en tu sonrisa y en tu gracia.
Después de esto,
Ríete de mí, muchacha, si quieres;
Que yo me río contigo porque te quiero.
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