El hombre siempre tiene hambre. Hambre
De abrir piernas y beber lentamente,
Y de comer hasta que se apague
El dulce amargo sabor de la vida.
Esta hambre que nadie ve y todos notan
Puede quemar, ser quemada y vencida
Por la llama extraña de compañía,
De tristeza y aburrimiento.
Esta llama, que no veo y que a veces
Ni siento, que golpea con fuerza
El viento y acompaña la soledad,
No resiste al arrepentimiento
Y se olvida de nosotros. De amar.
Aquí, incluso antes de la vida,
El hombre nace del hambre de hombres
De cuyas bocas empiezan a mamar,
A llorar y a jugar como crías
Mientras que ellas, las mujeres despiertan
Con sus pechos los amores eternos
Que acarician en su juventud
Las sombras más oscuras del destino.
Y si el destino quiere que mi boca
No beba de la fuente de tu sexo,
He aquí mi cuerpo atado y cautivo,
Que atado por los labios de la vida,
Cautivo por los dientes de la muerte,
Sigue mi cuerpo con odio y con muerte,
Y sigue mi odio con cuerpo y con vida.
Yo, que suelo escribir malamente sobre la muerte, la vida y la existencia misma, he quedado muy satisfecho con esta pieza.
ResponderEliminarMis felicitaciones.