No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón. Jaime Sabines

martes, 26 de julio de 2016

Llegué a casa...

Llegué a casa con aquella sensación de no saber estar. Los zapatos embarrados en una mano. (¡Puta mierda! Costaban una fortuna). En la otra, llevaba la imaginaria botella de whisky, esa que llevaba bebiendo toda la noche, antes y justo después del concierto. Recuerdo que ese licor de mis dedos fue lo mejor que había probado en mi vida. Cada sorbo largo quemaba la garganta de la conciencia. 

Era obvio que las notas musicales de aquel “Mozart” se disiparon con cada melodía nueva que se pudo escuchar en aquel pub al que fuimos. Lo reconozco, no hay una cosa que me ponga más cachonda que una copa y una pista para mover mi hermoso culo. Lo reconocía, no era como las demás, sabía perfectamente lo que quería en mi vida: No quería ser una mujer convencional, de aquellas que conocí en la Universidad. Catetas de pueblo encerradas en su propio pueblo, con su novio de su pueblo y loca por encontrar un trabajo en su pueblo. Yo quería conocer mundo y por este motivo me encontraba aquí, en la ciudad eterna, en el mundo externo de la gran belleza.

La cocina me parecía limpia, con la oscuridad no distinguía la pila de platos sucios, amontonados en el fregadero y en la mesa del comedor. ¿Pero qué coño ha pasado aquí? No llegué a tiempo para encender la luz cuando él iluminó por tres segundos el asqueroso comedor. El chasquido de su mechero reflejaba su completa y desnuda totalidad.

-No sabía que llegarías tan pronto.
-Para encontrarme con esto-Indicando con mis manos todo el desorden de mi alrededor, también su miembro erecto- Hubiera preferido no llegar nunca.
-Hemos organizado una pequeña fiesta-Dijo él abriendo una lata de cerveza-Aún seguimos…
-¿Y dónde es la fiesta?
-En mi cuarto.

Aunque era joven para estas pequeñas cosas que la vida me facilitaba con los brazos abiertos, tenía el don de dividir y colocar cada situación en la categoría porno o no porno. Aún recuerdo la primera película erótica que vi, con mi prima, tapándonos la boca para no despertar a nadie. Su polla desaparecía a su antojo en la boca de aquella rubia, teñida que luego descubrí cuando el calvo lamía sus genitales con tanto placer como yo chupo mi helado favorito: Pistacho.

-Estoy borracha, pero no lo suficiente para hacer tonterías con tu chica y contigo.
-No es mi chica, y tú la conoces.

Desde que llegué a esta ciudad, había conocido a muchas mujeres, pero mi seguridad recaía en que esa mujer no tuvo que trasladarse muy lejos para echar un polvo. Era ella, la primera que me recibió al abrir la puerta de este apartamento.  Abrí el frigo, cogí una cerveza.

-Siempre te ha gustado su chochito-Dije-La miras con otros ojos. Es como si quisieras desnudarla a todas horas.

-Querida, el hombre necesita desnudar a la mujer. No sirve para otra cosa que para amarla. Yo creo que nací para ello, ¿no crees? Es como tocar mi saxo. Parece que mis manos fueron creadas a partir del molde del instrumento, y a partir de ahí, la unión surge y se convierte inseparable. No sabes que orgullo tenemos los hombres al crear música con nuestras manos, y que el sonido salga de la boca de la mujer…

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