Inventemos un juego.
Y no de esos tramposos
y oscuros,
Ni aquellos que para vencer dejamos de respirar
O de reír,
De libres vencedores y derrotados derretidos.
Dejemos los blancos pañuelos,
Dejemos el agua salada y el encubrimiento
Que cubre el escondite de la pena.
Porque aquí se esconde la pena
Y se bebe la amargura de las lágrimas.
Por eso, por mí y por ti, yo pienso jugar a un juego.
Que mejor juego que reír y enseñar al mundo tu boca.
A uno de esos de vivir, donde el único premio sean
caricias y besos,
Y donde la única derrota sea, riendo, riendo y riendo,
Nuestra muerte burlona y triste al acecho.
¡Qué mejor juego que escribir y enseñar al mundo tu alma!
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